El desarrollo humano y la salud mental

Por Isidoro Basis Lawner

A comienzos de este siglo Santiago de Chile era una ciudad amable. Muchas de las calles estaban pavimentadas con piedras huevillos, mientras otras lucían rectangulares adoquines.

Hubo intensa actividad de barrio. En las noches estivales muchos vecinos en distintas cuadras salían a disfrutar del aire y de la amistad, charlando amena y alegremente, mientras los jóvenes enamorados miraban de soslayo y pícaramente a las chiquillas del sector.

A veces los pioneros del biógrafo, con el objetivo de conquistar público aficionado, organizaban exhibiciones de películas (mudas, todavía) que se proyectaban en grandes pantanales de lienzo blanco. Las gentes acudían para asistir a la magia del cine, portando cada uno su propia silla o sillón. Todo esto hacía más fraternales - y libre de temores - esas reuniones sociales.

Respecto al disfrute colectivo, mencionamos los bailes populares que se desarrollaban en la terraza del Cerro Santa Lucía. Además, la intensa vida social que tenía como escenario la Plaza Ñuñoa, ubicada en la aromática y hermosa Avenida Irarrázaval. En la Plaza Brasil, por su parte, eran frecuentes las románticas (a veces graves) "batallas" entre los jóvenes civiles contra los alumnos de la Escuela Militar. Su objetivo: conquistar el amor de las "cabritas" más hermosas y coquetas. Agreguemos los entretenidos domingos en la Plaza de Armas, con la música del Orfeón de Carabineros, donde, rodeando la pérgola, desfilaban vendedores de globos y pelotas, además del el famoso turrón ofrecido por un diligente sujeto escrupulosamente vestido con delantal blanco. Hubo sana alegría también en numerosas plazas con juegos infantiles, donde la familia - vestida con elegancia o humildad, pero muy bien cuidada - gozaba ya de la laguna veneciana del Parque Forestal, de la laguna de la Quinta Normal y de los columpios y toboganes de la primera cuadra de la Avenida Matta.

Cuando los años 40 estaban por terminar, la gente pobre vivía en conventillos, una casita junto a la otra unidas por un callejón central, hacinados, sufriendo del frío y del calor. Víctimas de las consecuencias de la promiscuidad en que se vivía, atacados por roedores e insectos. Las condiciones sanitarias del pobre eran deplorables.

Sin embargo, otra cosa sucedía en los sectores de buen vivir, barrios con casas sólidas, generalmente de uno o dos pisos. Así, Providencia, El Golf, Bilbao, Avenida Irarrázaval, Avenida Macul, La Reina y grandes sectores de la Gran Avenida, disfrutaban de bonitos y amplios bungalows, chalets y confortables quintas.

Por las calles circulaban automóviles particulares y la locomoción colectiva consistía en "góndolas" (buses) y "carros" (tranvías). Para las mudanzas se utilizaban carruajes abiertos tirados por caballos, los que saciaban su sed en abrevaderos situados en distintos sectores de la ciudad.